Avelina Lésper sostiene que el arte contemporáneo es un fraude

Cultura / La Vanguardia
Sábado 24 de Septiembre de 2016 - 12:01 AM


El fraude del arte contemporáneo


Cuatro ensayos de la crítica de arte mexicana Avelina Lésper, con una presentación de Ángel Unfried, fueron publicados a finales de 2015 bajo el título de ‘El fraude del arte contemporáne

Si bien el título de esta compilación de textos nos da una idea bastante precisa del tema, cada uno de sus ensayos ofrece una serie de argumentos sencillos y sólidos con los que la autora busca desenmascarar la falacia de la escena artística actual.
En el primero, ‘Arte contemporáneo. El dogma incuestionable’, Lésper sostiene que el arte contemporáneo es algo en lo que hay que creer a ciegas, porque carece de características que le permitan al espectador apreciarlo mediante una experiencia únicamente estética. El concepto y el contexto son la columna vertebral de las obras de arte de nuestro tiempo, y los curadores tienen “supremacía sobre el artista” –dice la autora–, porque son ellos quienes le asignan valor a las obras de arte que carecen de ello, precisamente. Por lo tanto, este valor ya no es estético, sino filosófico: el arte se sostiene sobre explicaciones y discursos curatoriales.
El segundo ensayo se abre al lector con un título contundente: ‘Contra el performance’. Se dice que el ‘performance’ es el arte de nuestro tiempo, y Lésper, sin vacilar, afirma que el performance no es arte. Según ella, el performance no hace aporte alguno al arte; carece de técnica y capacidad creadora. Los performanceros no son más que representantes de fenómenos incompresibles –incluso para ellos mismos– que exaltan acciones sin objetivo ni fin, y el performance es una acción sin provocación ni argumentos presentada ante un público.
‘Robar, plagiar, mutilar. Formas de copia en el arte’. Lésper nos pone la ‘Fuente’ de Marcel Duchamp y sus doce reproducciones firmadas por el artista como ejemplo de “copia sin original”, puesto que ya el objeto “original” había sido reproducido en serie como lo que era, un objeto de uso cotidiano, y que sin embargo Duchamp convirtió en obra de arte al firmarlo y “reproducirlo” posteriormente; todo esto con el fin de demostrar que aquí claramente no está presente el proceso de pensar y realizar. Si no se trabaja, si no se factura, no hay posibilidades de realizar búsquedas estéticas, porque solo pensar lleva a búsquedas especulativas. Si se desacredita el trabajo artístico, si se anula, el arte se vuelve monótono como objeto reproducido en serie porque pierde sus características especiales, lo cual lo uniforma y lo lleva a un “callejón sin salida”, según la autora.
Para Lésper existe una degeneración en el concepto del arte: las instituciones y el mercado impulsan a los artistas contemporáneos a vender por millones de dólares obras tan simples como una fotografía de Marlboro ampliada y firmada (obra del artista Richard Prince, lo que representa un plagio).
En el último texto ‘Arte y feminismo. Entre la cuota y el chantaje’, Lésper nos habla del arte realizado por mujeres antes del surgimiento del feminismo. Haciendo una comparación de distintas épocas, la autora nos muestra una parte de la historia que tal vez no recordamos con frecuencia: las artistas mujeres del Renacimiento. Cita como ejemplos a Sofonisba Anguissola y a Artemisia Gentileschi, quienes, a pesar de nunca asistir a las lecciones de dibujo al natural de la época, llegaron (y esto solo por nombrar uno de sus logros) a manejar las proporciones del cuerpo humano de igual forma que lo hacían los hombres. “Las búsquedas y los conflictos de la artista ante la obra eran estéticos”, dice Lésper refiriéndose a las artistas renacentistas, pero al hablar del arte feminista o de género no puede decirse lo mismo: aquí prima la consigna de la libertad y la igualdad femenina sobre la obra, y se refiere a Frida Kahlo como la artista que determinó el enfrascado tema del arte feminista: el cuerpo.
Lésper sostiene que la estética de la época, los intereses políticos y sociales, no trascienden en la obra de Kahlo, mientras que sus dolencias corporales o sus frustraciones personales se convirtieron en el tema central de sus producciones. Lo mismo afirma de Leonora Carrington, quien no se preocupó por la estética, la composición o la anatomía de sus obras, sino que se dedicó a expresar un mundo de historias infantiles, dejando de lado la experiencia de vivir la guerra y el exilio, haciendo uso de sus obras más como una terapia que como objetos artísticos. Según Lésper, esto se convertiría con el tiempo en la razón de ser de muchas mujeres artistas, en un “chantaje artístico-social” en que el cuerpo de la mujer y su entorno se convierten en un asunto político.
Lésper nos presenta al feminismo en el arte como el pretexto utilizado por cualquier mujer para llamarse “artista”. La técnica, el talento, la calidad, son asuntos irrelevantes porque se consideran como “esclavizantes” y “limitantes”, y el análisis de las obras del arte feminista en sus elementos puramente artísticos lleva al crítico a ser señalado como opresor, según la autora, porque esto sería como atacar una causa noble: la libre expresión de las oprimidas. Para rematar, la autora habla de la “dictadura de las buenas intenciones”, haciendo referencia al hecho de que es más importante el mensaje social que la obra misma. Dice textualmente: “Estas obras causan un serio daño al arte; la exigencia de participar como cuotas sociales demerita la labor artística y la presencia de las mujeres, porque el proteccionismo disminuye a las personas, las afirma en la inferioridad”.

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