La cacería

Hace diecisiete años Alcira Fornoso acusó del asesinato de su hija María a su ex pareja. Quince años después de aquellos hechos el informe del peritaje psicológico de Sara Portuondo, ex compañera sentimental de Alcira, valoraba con números el daño que ha sufrido: le asignó un valor 35, cuando 100 es el de una persona normal. Sara  es ahora un 35% de sí misma.
La violencia psicológica que se desencadenó en su contra como consecuencia de la acusación que había caído sobre ella contó con la colaboración de periodistas, escritores, asociaciones de víctimas, radios, periódicos y televisiones. Avalaron a Fornoso, abogados, magistrados, familiares, amigos, vecinos, políticos, compañeros y una jauría salvaje incitada por expertos en crímenes ( un criminólogo es un profesional que se dedica a otras cosas) que se despachaban cada día en algunas televisiones. Sara no había asesinado a la hija de su ex pareja. El tribunal supremo le ha denegado el cobro de una indemnización por los años que pasó, injustamente, en la cárcel La mujer ha tenido que auto exiliarse en el Reino Unido, en España no estaba segura y sus posibilidades de conseguir un empleo y rehacer su vida eran muy remotas.

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Alcira Fornoso era una mujer frustrada, insegura y semianalfabeta que cargaba con una pesada mochila de amarguras y el resentimientos que acabó pagando su ex pareja. Sara le había dado seguridad económica y afectiva, miraba por sus hijas, las protegía y, seguramente, las reprendía más duramente de lo que su madre consideraba que le correspondía al rol que ejercía en aquella casa. Alicia Fornoso era consciente de la superioridad de Sara Portuondo, una mujer que se había hecho a sí misma, entera, fuerte, trabajadora y profesionalmente formada. Sentía que ella nunca tendría lo que su pareja: la seguridad de una independencia económica y afectiva y, sobre todo, nunca superaría su ignorancia y falta de educación. Sin embargo a Sara nunca le había importado esa entre comillas inferioridad de su pareja, estaba enamorada de ella y la quería. Había en Alcira otros valores que Sara apreciaba y que la propia Alcira desconocía. Cuando Portuondo tomó la decisión de dejar la relación, la mujer no lo aceptó. La oportunidad se presentó con la tragedia de María que la dejó tan seca como para olvidarse de su hija y de ella misma. Desde entonces su vida se alió, irremediablemente, con el castigo.
En la cacería que vino después, perfectamente retransmitida durante meses por las televisiones, estuvieron esas figuras universales que desde cualquier lado y color están en todas partes donde huela a muerto. Atraídos por la sangre aparecen en las puertas de los juzgados con los colmillos bien afilados para hincar el diente a cualquier detenido. El odio y la rabia son sentimientos irracionales que algunos alimentan con la maldad más refinada.












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