Ouka

Ouka está preso en un centro de acogida, llegó hace más de un año y  todavía no sabe qué será de su vida, piensa que lo más probable es que le manden de vuelta a su país, contra su voluntad. Tiene 19 años y parece que tuviese 15, ha adelgazado 10 quilos y no tiene apetito. Su compañero René, argelino, de las montañas del Atlas vive con el recuerdo de la violencia atroz que acabó con su familia a manos de la fuerzas oficiales del ejercito y de los rebeldes islamistas.

Antes de embarcar hacia Europa vivió nueve meses en las calles de Argel y consiguió el dinero para el viaje tuvo que hacer de todo. Ouka y René quieren viajar a Francia y desde allí al Norte, a Suecia, donde viven algunos compañeros a los que han conocido a través de la ONG que les ayuda y se preocupa por su salud. Hace unos días llegó un rumor al centro, les iban a trasladar a un campamento cercano a un aeropuerto militar, donde su desplazamiento no sería seguido por las cámaras de televisión y los periodistas tendrían muy difícil informar sobre su expulsión. Desde ese día los hombres están alterados y dispuestos a todo, prefieren morir aquí, en el Norte, antes que verse de nuevo en un territorio hostil en el que no durarán mucho tiempo.


Una mujer mozambiqueña ha estado esta mañana en el centro cargada con una cesta de comida hecha por ella misma. Ha dicho que se llamaba Libia, el país donde vino al mundo al ponerse su madre de parto, antes de tiempo, durante la estancia de estos en ese territorio, él como responsable de una gran obra de ingenieria en el Norte de África. De alguna manera, no sabe como, Libia se enteró de que Ouka estaba allí encerrado y quiso verle. Ouka había nacido años más tarde al lado de su casa, en Maputo. Libia encontró un día la grabadora que su padre utilizaba para llevar con él la voz de sus padres y ella misma grabó las primeras frases con sentido de Ouka cuando este tenía tres años.  

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