El cumpleaños de Sami

Hemos celebrado dos cumpleaños, el de Sami y el de Lewa, de quince y dieciocho años. El martes Sami se va del centro a una pequeña ciudad castellana.

Sami nació en el Congo el 31 de octubre de 2001, en una pequeña aldea cercana a una planta ilegal de extracción de petróleo. Sus padres y sus vecinos han visto anegadas sus tierras por los residuos de la planta, nada sirve ya para comer y el agua está tan contaminada que mata a cientos de habitantes de toda la región cada semana. Un día se murió su hermano Kande. Se retorcía de dolor y estaba muy delgado, con manchas blancas por todo el cuerpo y no podía tragar nada de lo que le daban para comer. El doctor de una misión católica, situada a 100 quilómetros de su aldea, vino para curarle y les dijo que era un envenenamiento a causa del agua. Después de enterrarle, su familia recogió su cabaña, metió sus pertenencias personales en unas bolsas y se fueron.

                                  Foto/Pinterest

La misión les proporcionó cobijo durante unas semanas, están desbordados. Les alimentaron, les llenaros las bolsas de comida y se fueron, sin  rumbo,  con la intenión de alejarse de su tierra y, a ser posible, de su continente. Cuando se acabó la comida, la familia tuvo que alimentarse de raíces y algunas frutas silvestres. Estuvieron dos meses viviendo en una aldea de Nigeria, una comunidad apoyada por otra misión extranjera. Un día llegaron noticias de que una enfermedad mortal rondaba aquellas tierras y Sami y su familia huyeron antes de que les prohibiesen hacerlo. Volvieron al camino con los alimentos para una semana. En el desierto de Teneré, en Níger, su madre comenzó a sentirse mal, muy mal, había adelgazado mucho y lloraba, sabía que no llegaría. Después de tres días tratando de calmarla, los padres convencieron a sus tres hijos de que siguieran su camino. El padre y la madre se quedaron allí, en medio de la arena, esperando la muerte.

Los tres chicos llegaron al mar después de tres meses que no desea recordar, quizás algún día. Sami va a soplar quince velas, las primeras de su vida y ya sabe decir gracias, lo dice con dificultad y arrobo, pero con amor. Fati le ha regalado lo único que ha llegado con ella hasta aquí, una pulsera de cuero coloreada por ella misma.  

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